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Carta del Café

El café, el chocolate y el té tienen en común haberse constituido como las bebidas excitantes no alcohólicas dominantes en Europa en el Mundo Moderno. Las plantas originales tienen origen asiático (cafeto, Coffea arabica L. y planta del té, Camelia sinensis L.) o americano (árbol del cacao, Theobroma cacao L.) y su llegada a Europa estuvo determinada por la transformación en los hábitos alimenticios que trajeron consigo los descubrimientos geográficos a partir del siglo XVI. La presencia en las tres plantas de estimulantes psíquicos ligeros denominados xantinas las hizo muy pronto apreciadas y facilitó su difusión casi universal en el siglo XVIII. En el café y el chocolate la bebida es el resultado final de una preparación más o menos compleja de los frutos de las plantas; en el té son las hojas las que se someten también a un proceso de desecación, molturación y tueste. Así mismo en las tres bebidas otro producto, el azúcar obtenido de la caña, conocido de antiguo en Europa pero cultivado intensamente en América, al atenuar su sabor amargo mejoró su sabor y facilitó su consumo generalizado.

El cuanto a su origen, puede también aplicarse a las tres bebidas la afirmación que hizo del café el historiador francés Fernand Braudel: “lo anecdótico, lo pintoresco, lo inseguro, ocupan en ella [en su historia] un lugar enorme”[i]. En efecto, no sobran las leyendas sobre el descubrimiento de sus propiedades estimulantes, así como sobre los primeros individuos que introdujeron y difundieron su empleo por Europa. Cabe preguntarse pues si hay datos seguros, contrastados, que permitan averiguar algo sobre la historia de estas bebidas sin repetir algunas de las fabulaciones más reiteradamente leídas en libros y enciclopedias.

El texto que se reproduce en fiel facsímile se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (sig. VE/218/53) sin indicación alguna de autor, ni mención del impresor, lugar y año de la edición. Todo indica que es la versión en castellano de una carta escrita inicialmente en italiano o latín y que alguien se ocupó de traducir para su difusión entre los lectores españoles. El traductor descuidó bastante la transcripción de los nombres autóctonos y aun de los títulos de los libros citados, de modo que una de las primeras dificultades para el lector es identificar algunos de los lugares y nombres mencionados.

Por sus características bibliográficas se trata de un pliego suelto, apenas dos hojas impresas por las dos caras, siguiendo unos procedimientos que permitían su difusión con un mínimo coste. No se cosían y en vez de portada se recurría a componer en tipos de cuerpo mayor las primeras líneas del texto, de manera que se presentaban al lector como una descripción breve de su contenido. El pliego que comentamos carece de ilustración alguna, aun cuando en el momento de su impresión ya circulaban grabados reproduciendo con una fidelidad no muy rigurosa las características del cafeto.

Nuestro texto da noticia de una bebida nueva, el café, que se deseaba introducir y que se presentaba, con todas las características de lo singular y sorprendente, muy en la línea de lo habitual en el contenido de distintas publicaciones. Nos encontramos en un momento todavía muy temprano en que ni siquiera el nombre con que se designa al fruto de la planta, cahué, café, ha conseguido imponerse totalmente.

La Carta concluye con una información detallada para preparar el café en infusión. Se describe el tueste, la molturación de los granos y la forma en que se hacía la infusión. Era ésta similar a la realizada con otras hierbas y se aconsejaba dejar reposar varias horas el resultado de la cocción antes de beberlo. Como novedad aparece la indicación de agregar azúcar que según otras fuentes sólo se difundió con posterioridad a 1660.

El café inicia ya entonces, y de manera mucho más intensa y efectiva que el chocolate o el té, su camino para imponerse como una bebida para la sociabilidad. Serán los “cafés”, identificados precisamente por el nombre del producto que expiden, los lugares donde se reúnen las gentes por toda Europa (Italia, Francia, Inglaterra, Holanda, Austria…) para conversar, discutir o distraerse. La Carta que comentamos fue uno de los elementos publicitarios que pretendió popularizar el consumo de una bebida que en España no alcanzó el nivel de arraigo y aprecio que tan apasionadamente vivieron otros países. Sin embargo constituye con la Noticia de el Caphe (Palencia, 1692) de Juan de Tariol y el Discurso medico y physico (…) contra el medicamento Caphé (Madrid, 1693) de Isidro Fernández Matienzo la contribución española a la bibliografía de un producto llamado a ser un elemento indispensable de la vida diaria de muchas personas.

Elogio de la ociosidad, tituló Bertrand Russell uno de sus “escritos menores”, publicado en 1932, con pretensiones de reforma social, pero también para resolver algunas de las urgencias económicas que asediaron su vida. En uno de sus ensayos más brillantes arremetía contra el utilitarismo que acechaba la cultura y la subordinación del saber a su inmediata aplicación práctica. A esa situación oponía la tradición intelectual que, de Grecia a China, había buscado en conocimientos más amplios –“conocimientos inútiles” los llama él- una comprensión ambiciosa y plenaria de la realidad. Un saber, en definitiva, que permitiese alcanzar un estado mental contemplativo que hiciese soportables los más trágicos aspectos de la vida. “El conocimiento de hechos curiosos –escribía- no solo hace menos desagradables las cosas desagradables, sino que hace más agradables las cosas agradables”. Y en un guiño burlón advertía que desde que conocía como los albaricoques habían llegado a Europa desde China, a través de la India y Persia, que su nombre significa “precoz” por lo temprano de su maduración, y que la partícula “al” era un añadido etimológico erróneo, encontraba su sabor mucho más dulce. Que sirva este circunstancial recuerdo del filósofo británico para avanzar en el conocimiento de la historia de un producto que como pocos ha contribuido a la vigilia del hombre. Y ojalá haya muchos lectores imaginativos que tras leer la Carta de Francisco Crasso, encuentren también el café más negro, aromático y estimulante que antes. Sobre todo si pueden paladearlo en una taza de porcelana de origen vagamente oriental.