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Thesaurus de remediis secretis, pars prima

CONRAD GESNER

Conrad Gesner nace en Zúrich, en 1516, en una familia de humildes curtidores de pieles. Gracias al mecenazgo de su tío Juan Frick fue arrancado de la penuria materna y educado en una prestigiosa escuela. En este sentido necesitará las sucesivas ayudas de Juan Jacobo Amman, las bolsas de estudiantes de la ciudad de Zúrich, y el trabajo como secretario de Fabritius, en Estrasburgo, para continuar sus estudios.

En 1536, tras sus estudios en Bourges y París, caracterizados por la avidez y el desorden propios de una fogosa juventud – “en lugar de centrarme en una sola materia, leía cuantos libros en griego, latín, hebreo y árabe caían en mis manos” – vuelve a Estrasburgo donde pronto adquiere fama como hombre de saber. Por este motivo es llamado a Zúrich para desempeñar el puesto de profesor en el Colegio Municipal. El sueldo era miserable y su sed de conocimientos estaba muy lejos de ser saciada. Consigue una pensión para ir a Basilea con la intención de estudiar medicina y ciencias naturales. Dado su profundo conocimiento de la lengua griega colaborará con unos cuantos especialistas de esta ciudad en la publicación de un diccionario greco-latino.

Es llamado a la Academia de Lausana en el año 1538 como profesor de literatura griega. Durante dos años simultaneará la docencia, el estudio de los médicos y naturalistas de la antigüedad y el estudio de las plantas medicinales. Con el fin de obtener el grado de medicina, en 1540 se traslada a la Universidad de Montpellier donde se relacionará con los naturalistas P. Belon, G. Rondelet y L. Joubert. Finalmente, en 1541, recibe en Basilea el título universitario que le capacitará para ejercer la medicina. Este mismo año se instalará de nuevo en su ciudad natal, Zúrich, para dedicarse a la práctica de la medicina y a la docencia de la Física Aristotélica en el Colegium Carolinum. Para cualquier hombre de humilde cuna, en el siglo XVI, como es el caso de nuestro Gesner, esta meta sería sin duda un sueño inalcanzable.

Sin embargo, su mente privilegiada estaba continuamente excitada por una obsesiva e insaciable hambre de conocimientos. Tras una adolescencia y juventud completamente dedicadas al estudio y la investigación, tenía en sus manos los códigos para acceder a casi la totalidad de la documentación escrita de la antigüedad. En efecto, dominaba el griego, -nos dice que lo conocía como su idioma materno-, el alemán, el latín (que en esta época era la lengua oficial de todas las universidades europeas), árabe, hebreo (en algunas de sus obras se encuentran expresiones con cierta frecuencia), francés… Pero además de los libros se había enfrentado directamente a la naturaleza en su infancia. Su tío, Juan Frick, que le alimentaba desde niño, le había iniciado en el conocimiento de las plantas medicinales, tanto de las silvestres en excursiones a los campos como de las que tenía en su huerto, con la finalidad de mejorar tanto su salud como la de sus amigos. La Botánica será la pasión más constante de su vida; estudie lo que estudie, siempre encontrará tiempo para realizar excursiones a los Alpes, pagar a jóvenes para que le recojan las plantas, visitar huertos de plantas medicinales y jardines botánicos. Al final de su vida nos dejará dibujadas más de ochocientas plantas.

Entre las características más significativas de su personalidad científica encontramos en Gesner tres rasgos fundamentales que le pueden definir como un auténtico científico, sin perder nunca de vista que se trata de un hombre del siglo XVI:

  1. Entiende que toda investigación científica ambiciosa tiene que ser llevada en equipo. En este sentido rompe el tradicional esquema del sabio solitario y abre las puertas a una nueva forma de crear ciencia y que la experiencia actual muestra como la más eficiente y, en muchos casos, la única factible. De una u otra forma colaboró con Gaspar Wolf, Wolfgang Fabritius, Joannes Kentmann, Aquiles Gasser, Cesalpino, Cardano Aldrovandi, Brasavola, William Turner, etc. En sus obras queda constancia de las aportaciones de estos autores y del agradecimiento de Gesner por sus colaboraciones. Por otra parte su correspondencia es el más claro reflejo del amplio intercambio de información que constantemente mantenía con muchos de los sabios más significativos de la época. Algunos historiadores de la ciencia han visto en la abundante correspondencia de Gesner un anticipo de lo que serán posteriormente los boletines de las Reales Academias de Ciencias.
  2. Rompe con el brumoso y críptico lenguaje de los alquimistas y con sus doradas quimeras. La nueva ciencia requiere un vehículo literario claro y preciso. Los “tesoros de la naturaleza” que la mente del científico va desvelando son patrimonio de toda la humanidad y no considera honesto ocultarlos ni para lucrarse con ellos ni para dominar a los demás. En el prólogo del Tesoro de los remedios secretos ataca con dureza a los médicos y boticarios que ocultan sus conocimientos sobre remedios específicos con el fin de obtener pingües beneficios mientras privan a los demás mortales del tesoro de su salud. Con la misma firmeza y contundencia rechaza también a la astrología achacando a los árabes su introducción en la medicina y llegando a afirmar que cuanto más culto es un médico menos cree en ella.
  3. Su alta valoración de la experimentación frente al mero discurso teórico del silogismo escolástico. Así, son usuales en sus obras expresiones tales como “lo he experimentado”, “lo he visto”, “médicos de experiencia que no de palabra”. En la relación con la experimentación y como médico sensible que tiene experiencia diaria de las dolencias de los humanos siempre tiene presente que la finalidad última de toda actividad científica es la búsqueda de remedios y conocimientos útiles para mejorar las “deficiencias” de la condición humana.

AGUSTÍN FERNÁNDEZ MERINO

LA OBRA

Existe en el momento actual una intensificación del estudio de las ciencias, no sólo como disciplinas profesionales, sino como objeto de interés para el público erudito. Se da en éste una curiosidad especial por conocer el pensamiento científico de la época medieval y, en particular, de la época renacentista, en que se inicia la verdadera revolución de aquéllas, en aspectos tan esenciales de nuestra civilización como la medicina, la química, la astronomía, la botánica, la zoología, etc.

Dichas ciencias constituyeron, desde entonces, el trasfondo de la ciencia moderna, al mismo tiempo que sirvieron de punto de partida para futuras investigaciones. Cierto, que su sistema de pensamiento está hoy ya superado; pero el llamado «humanismo científico» puede enseñarnos todavía, entre otras cosas, a recuperar el saber de la Antigüedad clásica y a conectar directamente con sus textos y tratados científicos mediante ediciones depuradas, libres de las incorrecciones y purgaciones del medievo. Esta manera de hacer las cosas favoreció, en aquel tiempo, la renovación, aunque ésta estuviese también constituida por corrientes extraacadémicas, particularmente en el campo de la medicina y de la alquimia.

Por eso, a principios del siglo XVI, se produjeron en Europa una serie de cambios en el ámbito de la ciencia que, en el siglo XVII, llegaron a imponerse, con una gran repercusión en la ciencia moderna. El Tesoro de los Remedios Secretos, obra firmada con el seudónimo de Evónimo Filiatro, fue uno de esos libros que contribuyeron a esta renovación científica; aunque, para la gran mayoría de eruditos, continúa siendo completamente desconocido. Su contenido, salvando los condicionamientos de la época, es tanto más interesante, cuanto que trata del más preciado tesoro que existe: la salud. Tal vez por eso, quiso el autor titular muy oportunamente a su libro «Tesoro»; ya que en él se contienen todos aquellos remedios, extraídos de las plantas, de los animales y de los minerales, que pueden ser útiles para la salud. Sobre todo, se trata de obtener la «quintaesencia» de cada cosa, destinada a vivificar, fortalecer y rejuvenecer la vida del cuerpo humano; así como, también, a contribuir a su embellecimiento. El autor considera — y lo recalca varias veces a través del libro — que un tesoro no sirve para nada, si permanece oculto en la naturaleza.

Frente a muchos médicos de su época, avaros de algunos conocimientos que ocultaban, para asegurarse en exclusiva pingües beneficios, nuestro autor intenta poner a disposición de todos y, en particular, de médicos y farmacéuticos, el Tesoro de los Remedios Secretos, para la conservación o restitución de la salud. Tal vez, por esta razón, escogió el seudónimo Evónimo Filiatro, nombre que proviene del griego y parece significar «amigo de la salud» o «amante de la medicina».

FICHA TÉCNICA

Facsímil

Lyon, 1557. Impreso custodiado en la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial.

Contiene 44 grabados botánicos y 36 con hornos, aparatos destilatorios y otros utensilios de laboratorio.

Impreso a 4 colores, sobre papel hilo verjurado de fabricación especial, en trama estocástica; cosido a mano, envejecido, dorado de cantos y encuadernado en piel de cabra con nervios y la parrilla escurialense estampada en seco. 527 páginas en formato Formato 12 x 8,5 cm. Tirada limitada y autenticada con acta notarial a 999 ejemplares.

Estudio

Este volumen, complementario a la edición facsímil, incluye un amplio estudio de la vida del autor, su obra y la relevancia de su figura en el Renacimiento Científico. Cuenta con la traducción completa, con infinidad de notas, directamente del impreso original latino. Consta de 752 pág. y 46 grabados a todo folio, de la colección de estampas de la laurentina, que incluyen personajes de la época así como portadas de otras ediciones y materias afines. Del mismo modo tiene una extensa bibliografía e índice de autores citados. D. Andrés Manrique, Dr. en Sciences Religieuses por la Universidad de Estrasburgo y Lcdo. en Filosofía por la UCM, y D. Agustín Fernández, escritor, destilador y Lcdo. en Ciencias Químicas por la UCM han sido los responsables de que una obra de tal magnitud viera la luz.

COEDICIÓN REALIZADA POR
PATRIMONIO NACIONAL Y CÍRCULO CIENTÍFICO.